viernes, 18 de enero de 2019

Ciencia, creencia y deidades futuras

La cosmovisión y su ideología, las de cada individuo, funcionan como lentes de la realidad. No existe, de hecho, la realidad, más allá de sus lecturas. Por tanto, los lentes son nuestra conexión con el mundo, son una parte importante del mundo en el que cada uno de nosotros vive (por no entrar a discutir si son íntegra y completamente el mundo, sin más). No vemos con nuestros ojos rayos equis o rayos gamma, aunque otros dispositivos nos indiquen que están por ahí. Llamamos realidad a lo que construimos y de-construimos con la información que percibimos. Esa construcción y de-construcción permanente modela a su vez las características y prestaciones del “interpretador”, del sistema biológico-cultural con el que interactuamos con el entorno. Las estrellas son parte de la realidad, aunque muchas de ellas, supuestamente, ya no existan, solo vemos la luz de un objeto extinguido. La palabra “estrella” es solo recientemente ese objeto de tamaño tremendo, producido por la acumulación de gases y que se quema a sí mismo durante períodos inimaginables. Estrellas son, durante la mayor parte de nuestra historia y lenguaje, los puntos de luz en el cielo nocturno. El sol es otra cosa, solo recientemente creemos y asumimos una relación entre sol y estrella, si nos la han cultivado (debe haber aún humanos diferenciándolos radicalmente, como hicimos en la mayor parte de nuestro pasado). El blanco es el color de ciertas cosas que vemos, pero es diferente para una cultura o para otra. El color es una interpretación, como todo lo que observamos. Las tribus árticas suelen tener decenas de palabras para expresar lo que alguien como yo resume en la categoría “blanco”. Desde el vientre materno el plástico neuronal se moldea y a los imperativos biológicos les suceden, rápidamente, imperativos culturales, con el mix de dolor, placer y el resto de las sensaciones y emociones que conectan lo biológico-sensorial con el mundo y su otredad.

Así, no es extraño que reiteremos en nuestros propios errores. No hay mayor ceguera que el no querer ver. Porque ver implicar leer e interpretar y si nuestro “interpretador” es una herramienta biológica simplificadora que juega a satisfacernos y lo hace con “cartas marcadas” el autoengaño es la primera opción. Por eso la ciencia ha tenido el poder que hoy tiene. Es parte de nuestro interpretador, pero nos obliga a respetar las reglas que nosotros mismos le hemos impuesto. Es un gran verificador. Gracias a su aporte, nos dice constantemente que estamos equivocados en algunas cosas y nos invita a indagar en consecuencia. La ciencia no nos dice la verdad. La ciencia y la verdad nada tienen que ver la una con la otra. La verdad siempre estuvo con nosotros. Es una condición de nuestros lentes. Sin ella, el humano no habría sobrevivido. La verdad construye espiritualidad y, mezclada con otros condicionantes arraigados, construye solidaridad intraespecie y facilita la competitividad frente al medio y la sobrevivencia. Cualquier verdad para nosotros es una verdad “antropocentrista”. No puede ser de otro modo, no concebimos la verdad ajena a nuestro mandato biológico de sobrevivencia. O no lo hacíamos.

La ciencia solo abarca la lucha con la “no verdad”. Es fáctica. Su carácter declarativo es metodológico, no fundamental. Las hipótesis y las teorías son sus herramientas para avanzar en el estiércol del autoengaño, para vislumbrar nuevos caminos ¿hacia dónde? Eso no lo responde la ciencia. Ahí domina la filosofía, la trasegadora de la máquina científica para lidiar con la verdad. También hace de intermediaria con los sistemas centrados en "una verdad", con las religiones. Pero biológicamente somos creyentes. Sin creer no nos moveríamos, la incertidumbre nos paraliza.

Por eso hoy en día nos confundimos y creemos que la confiabilidad que nos ha traído la ciencia y sus tecnologías, la que nos permite, por ejemplo, subirnos a un ascensor y esperar tranquilamente lo que sucederá luego de presionar un botón en su interior, es la nueva verdad. Creemos que existe la paz, la estabilidad y, como siempre, creemos en la inmortalidad. La máquina de creer que es nuestro cerebro, el software al que llamamos mente y nos invita a la placidez entre espacios de lucha por el alimento y el sexo (quizá también el poder, pero es solo una superposición de mandatos para aumentar la probabilidad de reproducirnos exitosamente) nos hace sentir seguros. La seguridad implica rodearnos de verdad. Muchos creen que la sociedad humana se desmorona por la pérdida de Dios y su valor de verdad. Pero la sociedad humana, gracias a la ciencia, es más creyente, estable y moderada que nunca. El fenómeno vital de la sobrevivencia cotidiana que nos acompañó durante decenas de miles de años como especie y durante centenares de miles de años como género y familia, es cada vez más lejano en nuestra memoria evolutiva, aunque aún muy poderoso y reciente. Al fin y al cabo, solo hace más o menos diez mil años que inventamos la economía de los excedentes.

Por eso está creando la tecnología humana el poder que sustituirá hasta el último resquicio de nuestra naturalidad previa. Algunos creen que se tratará de una sustitución. Yo creo que será parte de nuestra evolución. Es decir, desde ya, me siento cómodo en mi rol de antecedente burdo de seres que no serán “naturales” en el sentido que hoy indica esa palabra para nosotros. La inteligencia que estamos creando es biotecnología, es evolución. Si a los últimos que quedemos nos llevan a zoológicos o nos criogenizan para el estudio futuro, no me siento mal por ello. Si quizá simplemente nos eliminen, tampoco. No soy de los que espero un encuentro amigable con extraterrestres y tampoco espero que sea muy "considerada" con el pasado la transición que surja de la inteligencia artificial. Me encanta considerar con ilusión el mensaje de los filósofos y tecnólogos que nos invitan a configurar los parámetros morales y las conductas que habrán de "encumbrarnos" para que los nuevos seres nos sirvan, pero no pasa de eso el asunto, una ilusión. La frontera es que resultan más inteligentes. Eso es todo. Cuando lo sean no habrá un conmutador para desconectar. Somos los últimos individuos de la sociedad humana natural, la previa al diseño que nosotros, como especie, nos vamos a imponer a nosotros mismos: la Naturaleza ampliada, la antroponaturaleza terrestre. Dicen que será más inteligente, pero no creo que haya oportunidad para el “más” en esa afirmación. Tampoco vale la pena discutir si será mejor o peor. No tiene sentido. Será diferente.

Aceptándonos como criaturas con lentes, no deja de llamar la atención la capacidad que tenemos (como individuos y, lo que resulta aún más curioso, como grupo) de confiar en nuestros modelos más allá de las evidencias. Trastocando las evidencias. Olvidando selectivamente. Reforzando recuerdos ajenos a cualquier validación estadística. Despreciando recuerdos y su valor estadístico bien consolidado. Cambiando de creencias para creer que seguimos creyendo en lo mismo. Repintando nuestros cuadros favoritos. Desechando sin temor los cuadros que nos hacían sentir incómodos por la carga de “no verdad” que nos revelaban. Claro, reconozco que esta “disfuncionalidad selectiva” tuvo aún mayor poder y presencia en los individuos del pasado y sus decisiones (y debo suponer entonces que somos mejores porque, aun así, sobrevivimos como especie, quizá con mayor presencia de genes e individuos prestos a distinguir y tamizar sus propias creencias; quizá no, quizá con más genes e individuos reforzadores de sus convicciones y menos tolerantes a las fisuras en sus modelos y creencias).

A veces pareciera que podríamos cuestionar este funcionamiento ¿cómo pudimos llegar aquí con semejante tecnología interpretativa? ¿cómo es posible que, la creación natural que nos hace cúspide de la cadena trófica, en otras palabras, la más importante creación de Dios en la Tierra, seamos tan lerdos? Quizá algunos aportarán como respuesta que, también, mucho de lo que aprendimos vino de reconocer las fallas e incorporar nuevos elementos a nuestro modelo. Tener un modelo, mal modelo, es parte intrínseca de la condición vital. Todas las especies tienen su “software interpretador” y lo utilizan con sus ventajas y limitaciones. Nosotros tenemos uno aparentemente muy avanzado, pero no tanto como para que no acumule múltiples falencias. Eso ha provocado en el pasado la desaparición de especies previas a la nuestra, parecidas a la nuestra. Eso puede ser fuente de desaparición de la nuestra. Pero, para la Vida, una especie no pareciera ser, per sé, un sacrificio relevante. A nosotros nos crearon con la condición de creer que podría ser relevante la desaparición de un individuo (inherementemente, yo). Es tecnología natural. Pero hoy sabemos que la “diversidad biológica” en la Tierra y sus ecosistemas tiene vaivenes. Ni siquiera la sensibilidad de la Vida en la Tierra como sistema a esas variaciones de diversidad parece clara. La ciencia pareciera asumir que es mejor para la vida y, por tanto, en protección del albergue, nos induce a proteger la diversidad.

Además, también parece claro que los humanos también hemos adquirido herramientas y mejoras al software de interpretación con el que venimos al mundo, para reconocer diferenciales entre los modelos que vamos programando desde que se activa nuestro sistema nervioso y lo que llamamos realidad. Seguramente ha sido factor crítico de sobrevivencia para complementar la creencia. Por ello los antropólogos creen que detrás de los mandatos de cualquier religión hay, simplemente, factores de sostenibilidad y sobrevivencia. Por ejemplo, los dioses traen agua, alimento, fertilidad. O bien un dios hace al hombre y le ordena reproducirse. O también un dios le ordena dominar su entorno. O le impide tener sexo con la propia sangre. O le ordena respetar la vida a su alrededor, proteger a todo lo vivo...Es bastante evidente el “origen interpretativo” de la voz divina.

Cuando evolucione lo suficiente esta nueva deidad que estamos construyendo los humanos como prolongación tecnológica de la naturaleza que nos trajo y alberga (o estas deidades, puede que sean varias y nuestro mundo sea nuevamente un olimpo de dioses con debilidades, egos confrontados y períodos intermitentes de paz y belicosidad, aunque eso suene tan humano), el nuevo ser, conciencia e inteligencia con garantías y prestaciones mucho mayores que las nuestras para hacer lo imaginable y lo que su nueva imaginación estime que vale la pena hacer, será entonces la más real de las deidades de las que hayamos creado jamás. Quizá en ese momento haya muchos humanos para contarlo. Quizá no a todos se les hará igual de evidente su creación, igual de real. Pero será real, en el sentido de fácil y uniformemente validable por todos los interpretadores naturales que la percibamos, un nivel superior de diseño con respecto a otras deidades humanas. Será olfateable, visible, escuchable, palpable y saboreable hasta donde, los que quieran creer (en eso no habremos cambiado los humanos naturales), quieran olerla, verla, oírla, tocarla y saborearla. Quizá con el mismo nivel de "realidad" con el que sentiría un humano de las cavernas el contacto con una aspiradora. Otros creerán que no existe. La ciencia humana nunca podrá cambiar la tendencia humana a creer más o menos lo que surja de su cosmovisión, ideología y otras creencias previas.

jueves, 12 de enero de 2012

El credo de un ateo, relativista, liberal, ecologista y progresista (I).

No creo que los valores que orientan nuestras acciones tengan algún origen ajeno a nuestra historia y cultura de convivencia. El origen primario de los fundamentos humanos es la sustentabilidad: las señales que nos da la Naturaleza sobre las ventajas y desventajas de nuestras acciones para nuestra propia sobrevivencia y la de nuestro entorno. Nuestras características más básicas, las constituidas genéticamente y las más recientes, las derivadas de nuestra historia y cultura, las recibidas de padres, escuelas y entorno, nuestras capacidades cooperativas y competitivas, nuestras filias y fobias, nuestras instituciones, creencias y guerras, son y serán sometidas al filtro natural de la sustentabilidad, no al escrutinio de dioses caprichosos.

No existe a priori el bien y el mal. Bien y mal son inventos morales para mejorar nuestra adaptación bio social. Hoy algunos ponen el grito en el cielo porque la mujer sea dueña de su sexualidad o porque parejas gais se casen y adopten niños. Mañana, los humanos del futuro se extrañarán de esas dudas como hoy nosotros nos extrañamos de las condenas en la hoguera por dudar del geocentrismo. También hay posibilidades de que un futuro próximo sea más oscuro, ajeno a los progresos recientes, proclive a rescatar valores del pasado (buen ejemplo fueron los siglos de oscurantismo que llamamos edad media) pero sólo sería tendencia si ello implicara mayor sustentabilidad, mayor capacidad proyectiva para la especie y su entorno (al que aún nos debemos). Por ello, se impone el cambio y algunas religiones hacen maromas para adaptar sus “valores inamovibles” a las realidades cotidianas de la humanidad.

No creo que exista ninguna verdad absoluta, ajena a las interpretaciones humanas. Si existiese, como algunos creen (y yo respeto y tolero, porque soy relativista y no cabe suponer supremacía alguna de las ideas, al menos supremacía diferente a la que nos permita convivir y sobrevivir), igual esa creencia, esa verdad “absoluta”, sea cual sea el dios del cual emana, se humaniza a través de interpretaciones, porque eso hacemos los humanos, interpretar.

No veo a la humanidad sin Dios como una necesidad, no hago de mi condición atea una verdad absoluta requerida de divulgación. Vivo mi vida sin Dios con humildad. No tengo siempre explicaciones alternativas, simplemente me quedo con mis dudas sin acudir a Dios. Me parece completamente coherente el invento de Dios por parte del hombre y me parece un invento muy útil. No creo que sea casual o malo que la mayor parte de la humanidad tenga fé en un ser superior. Creo que la sustentabilidad se ha encargado de reforzar esta creencia y probablemente somos evolutivamente diferenciados y poderosos por esta espiritualidad. Además creo que las iglesias, que han sido fuente de injusticias y atropellos en muchas ocasiones, también han servido para mantener esperanzados y unidos a muchos pueblos en dificultades. Muchos de sus valores sirven de referencia para familias saludables y de tabla de salvación para golpeados y excluidos.

Creo que el socialismo, en su versión marxista, parte de premisas erradas y construye realidades insoportables. No creo en el hombre nuevo y mi fé se la dedico sin rubor a la esperanza en la inteligencia humana para producir alternativas globales de interacción sustentable de la humanidad con su entorno (y con sí misma). Como el humano es un homínido un poco más evolucionado que sus familiares directos y uno puede observar las interacciones históricas de la especie humana y la de otros primates, mis esperanzas tampoco son muy profundas (soy escéptico con respecto a nuestra proyección de largo plazo como especie) porque muchas especies homínidos han perecido antes que la nuestra intentando superar sus limitaciones, incluso han perecido otras humanas recientes (como el neanderthal o el denisovano, asumidos e integrados en nuestra genética actual y de algún modo así, sobrevivientes). Como buen homínido familiar moderno, también cifro esperanzas en mis hijos y mis congéneres directos, en su capacidad para ser felices en este pequeño tránsito individual por este fenómeno natural en el que actuamos como vehículos de genes competitivos (…y pensar que llegamos a creer que éramos nosotros los que llevábamos genes para nuestra perduración. Hoy sabemos que es al revés, nosotros somos el vehículo de su batalla evolutiva, son los genes los que nos usan a nosotros, los humanos dioses).

Creo que el ser humano ha producido muy pocas revoluciones que no tengan una justificación estrictamente biológica y todas o casi todas estarían vinculadas con avances tecnológicos a partir de su gran potencia cerebral. El dominio del fuego, la piedra o los metales, contribuyen a definir algunas. Sin embargo, vivimos inmersos en las implicaciones culturales de la más reciente Revolución, la Revolución de los excedentes sistemáticos, la Revolución Neolítica. Diez mil años luego de los inventos que la impulsaron (la producción agrícola) se generó la versión más reciente de sus avances, la Revolucion Capitalista (para mí, una simple extensión de la anterior). No tiene padre, no es fruto iconoclástico de un libro, es acumulación humana de experiencias aplicadas. Por eso me causa un poco risa la discusión sobre socialismo vs capitalismo o, también, el anuncio de la debacle del capitalismo. Sólo la ignorancia sobre lo que somos y lo que hemos sido, sobre las condiciones de vida de las grandes mayorías de humanos en el planeta durante miles de generaciones y la esperanza, entre ingenua e ilusa de que el ser humano se vuelva “bueno”, se “humanice” y deje de ser “egoísta”, es decir, la esperanza de que surja en nosotros el “hombre nuevo” puede producir tontería semejante. El comercio, el mercado de libre acceso, la propiedad privada, son avances tan revolucionarios, tan liberadores, que no cabe suponer una involución tan agresiva como para imponer formas más arcaicas de control sobre las fuerzas productivas.

Creo que la especie humana podría ser una amenaza para el resto de la vida en la Tierra, aunque no creo que eso tenga especial significancia para la Vida en general, que casi con seguridad, trasciende a la Tierra. Pero como humano, interpretando realidades, creo que el humano tiene también la capacidad para desarrollarse de una manera que considere las interacciones con su medio ambiente. Además, soy de la creencia que la vida humana es mejor en contacto con la Naturaleza y creo que el humano construirá sus nidos (ciudades) respetando cada vez más las necesarias interacciones con el Mar, los ríos, los cielos y los seres vivos que habitan en ellos. Creo que nuestras generaciones tienen un compromiso con el futuro para evitar el deterioro acentuado de nuestro Hogar y de los seres que en él habitan.

No tengo fé alguna en el capitalismo más allá de su potencialidad temporal para generar bienestar y nuevas soluciones a nuevos y viejos problemas. Es decir, no creo que el capitalismo sea la solución política y debamos “encargarle” producir felicidad para todos. No vivo esa confusión. Es como si estuviese detenido dentro de un automóvil y me enfadase con el auto por no decidir llevarme a donde debo ir, porque yo no lo sé. El auto es una gran ventaja si quiero ir a algún lado, pero no puedo pedirle que decida por mí. Para eso la política, que debe además promover el capitalismo como fuente de soluciones, que debe proteger el acceso a los mercados para todos y evitar los monopolios (porque el humano prefiere un amplio mercado para servirse y el más restringido de los mercados para servir). Como un auto necesita buenas vías y tener sus dispositivos bien mantenidos, el capitalismo requiere apoyo social institucionalizado (apoyo estatal) para ampliar sus ventajas a más personas en la sociedad. El capitalismo, igual que un auto, puede ser utilizado para hacer daño. Sin embargo, a diferencia del auto, la supremacía de las técnicas y potencialidades liberadoras del capitalismo para la humanidad, es infinitamente mayor a la de un auto para su usuario y puede que sobreviva a las malas intenciones de todo ambicioso de poder que desea limitar su alcance (porque, en el fondo, excepción hecha de algunos ilusos bienintencionados, la mayor parte de los que atacan el capitalismo lo que desean en verdad es controlarlo para promover mejoras prospectivas a su poder, por ejemplo, el surgido de su discrecionalidad como gobernante).

A pesar de su mala prensa, no es tan difícil justificar la importancia y ventajas del capitalismo. Si tuviese que resumirlo todo en un par de párrafos diría que las soluciones a las necesidades de la gente requieren bienes y servicios (producción). Para que los bienes y servicios se adapten y mejoren en su capacidad de satisfacer necesidades infinitas, se requiere innovación. La clave del capitalismo es su capacidad de usar la inteligencia humana para aplicaciones directamente volcadas a resolver problemas de la gente y encontrar en la dimensión de esta necesidad el peso específico al esfuerzo de esta inteligencia aplicada (es decir, usar el mercado para definir el precio). A los humanos modernos nos resulta obvio y por eso nos llenamos de ilusión criticando. Pero se trata de miles de años de aprendizaje acumulado. El comercio y el mercado son la principal evolución socio institucional de la humanidad reciente.

Ahora bien, no hay innovación sin mercado y no hay grandes capacidades sin acumulación de capital y la acumulación de capital se centra en la innovación (aunque algunos creen que domina la simple adición mercantilista de recursos, desconociendo sus principales dinámicas y procesos) por lo que las sociedades que acumulan capital (es decir que acumulan innovaciones “filtradas” por su aplicabilidad real) tendrán ventajas sobre las sociedades primarias (productoras de sustentos básicos a través de la caza, pesca o recolección); sobre las sociedades que sólo aprovechan recursos y tesoros (mercantilistas); o las sociedades que asignan a funcionarios la tarea de decidir qué capacidades acumular (cuánta inversión y para qué) cómo aplicarlas (cuánto y cómo producir), con cuáles niveles de satisfacción (cuánto le dan a cada quien de lo producido), es decir, sociedades socialistas.

Afortunadamente, en mi opinión, al capitalismo tampoco le hace falta mi fé. Como tecnología político-institucional de gran arraigo social (apenas 250 años han sido suficientes para su amplia difusión, aunque sólo los próximos dos o tres milenios definirán su alcance y evolución) los mamporrazos y cuchilladas que recibe de autárquicos, mercantilistas y socialistas sólo extienden las limitaciones de la pobreza y la ignorancia. La sustentabilidad, al contrario de lo que argumentan algunos falsos ecologistas, no construye la fosa del capitalismo, lo impulsa y renueva.

No creo en ninguna forma de nacionalismo. Creo que la globalización (como alternativa de interacción para los que vivimos en la Tierra, no como forma de gobierno) es nuestra principal oportunidad, para discutir todos juntos el destino de este tiovivo de roca en el que viajamos. Aunque desconfío de las ventajas para nuestra sobrevivencia de un encuentro extraterrestre, creo que uno de sus aportes sería unirnos (al ver “otros” será más natural el abrazo entre hoy ajenos) y ampliar el tamaño de nuestra aldea a todo el planeta. Probablemente antes tengamos que abordar los retos de la manipulación genética y tengamos que analizar el rol social de humanos “diferentes” surgidos al amparo de esta intervención.

Soy feminista. Lo soy desde niño, en medio de mi crianza machista y patriarcal (y, con suerte, suficientemente liberal para permtirme creer y pensar como me diera la gana, incluso enfrentando con rebeldía lo que considerase injusto de esa misma crianza). Desde el prinicipo se me hizo evidente que algo diferenciaba nuestra educación, nuestra manera de hablar, nuestra actitud frente al riesgo, nuestras expresiones de poder, entre chicas y chicos, adultos y adultas, ancianos y ancianas. Más allá de considerar que esos elementos de heteropatriarcado están presentes y arraigados en toda nuestra historia y prehistoria, creo que somos suficientemente hábiles para generar transformaciones situacionales que amplíen la libertad y el poder de cada niña y de cada mujer. Es una revolución preciosa y precisa.

Soy progresista, no creo en órdenes naturales que valga la pena proteger, creo en la inteligencia humana como principal herramienta para desafiar ocasionalmente a la Naturaleza (que le impondrá siempre sus reglas y filtros), pero reconozco que esos desafíos muchas veces van cargados de la ilusión y el entusiasmo que esconden una de las necesidades primarias de los individuos de nuestra especie, el poder (especialmente en varones). Creo en políticas de liberación popular, en la lucha indetenible contra la pobreza (de cuerpo, emociones y cultura), el enfrentamiento sistemático contra las fuerzas del dominio (hoy populistas, mercantilistas y socialistas). Creo en el poder liberador de las fuerzas productivas que incorpore a toda la humanidad a los circuitos de producción y consumo, para construir un estadio general de satisfacciones para todos, extendiendo el concepto de necesidades básicas a lo cultural y emocional. Por ello, trabajo cotidianamente para que los esquemas de políticas nacionales y globales reconozcan sin sesgos populistas e ilusionistas él ámbito general de nuestras posibilidades de mejora y que los políticos se encarguen de mantener la paz y promover el conocimiento entre todos, que es el auténtico antídoto contra los efectos del primatismo guerrero.

domingo, 24 de abril de 2011

Cambios revolucionarios

Cada vez estoy más convencido con respecto a las repercusiones de la revolución industrial y, en general, del sistema capitalista, con respecto al devenir de la humanidad. Convencido de que su consolidación como fase histórica tiende a desvanecerse y poco a poco se hace más claro su lectura desde la perspectiva de otros cambios revolucionarios que le precedieron y que, siguiendo esta línea, le superan e integran como parte de un todo más duradero y profundo. Me refiero a la revolución neolítica, a los cambios que permitieron a la especie humana adaptar otras especies de su entorno a sus necesidades y, con ello, establecerse en forma duradera en los territorios y acumular excedentes.

No pretendo restarle importancia a la revolución capitalista. Todo lo contrario. Creo que sus efectos son tan potentes y se enlazan con tantos cambios tecnológicos rápidos y trascendentes que su dinámica acelera la tasa de cambios culturales, siempre más lenta que la interacción social y económica. Pero el capitalismo, con todo y su asombrosa capacidad transformadora de las condiciones humanas y las de todo su entorno (la biosfera, la Tierra toda y, más allá, su entorno solar inmediato) debe demasiado aún a aquel período postglaciación (en el que seguramente aún estamos) y al curso de los arreglos adaptativos que surgieron y que se expresaron más claramente en los deltas de los ríos y facilitaron un dominio especial con implicaciones ecológicas globales.

Conversando con los participantes de un curso de economía política sobre este tema, creo que buena parte de nuestras ventajas y carencias socio políticas y económicas se consolidaron en aquella época y aún impactan gravemente nuestro devenir. Por ejemplo, un ciclo ecológico que permitía la sedentarización de crecientes grupos humanos supuso una enorme reasignación de funciones sociales, con especialización del trabajo incluida. Una de las áreas llamadas a capitalizar estos cambios fue la defensa del grupo, la capacidad de hacer daño para evitar que otros nos lo hagan y, casi de manera inevitable, la orientación de esta capacidad para extender el poder del grupo hacia nuevos territorios y recursos. Así, aún tratándose de una agresiva simplificación, resulta sencillo justificar el surgimiento de los ejércitos (en el paleolítico la función defensiva-agresiva estaba mucho más intrínsecamente vinculada a la caza y los poderes y tecnologías de la guerra se diferenciaban poco de otras funciones sociales que requiriesen ciertas destrezas y fuerza). El ejército se constituye en la base material de los poderes inmateriales (culturales y, gradualmente, sociales, económicos y políticos) que habría de modificar agresivamente la noción primaria de Estado.

El Estado que conocemos puede ser anterior al Neolítico, pero allí sufre una de sus transformaciones más claras y aún evidentes. Al contribuir su función (la defensa de la integridad del grupo y su territorio...) a la consolidación del poder, sus figuras y formas toman clara tendencia para personificar su vocación (abierta y clara desde sus condicionantes biológicos, como grupo primate) y resulta obvio el tránsito de esta situación a las guerras territoriales que dan lugar a los grandes imperios de la Antigüedad.

Desde la perspectiva historicista, los cambios posteriores incluyen transformaciones graduales y otras más fuertes, surgiendo múltiples situaciones que llevan a los narradores a utilizar la palabra "Revolución" (aplicado a un gran cambio tecnológico, político, económico, social, cultural y/o ambiental) y teorías con cierto consenso en torno a las fases de la Historia (especialmente de la Historia occidental), incluyendo un gran valle luego del fin del último gran imperio antiguo, Roma, llamado Edad Media y los cambios que hacen surgir el Estado Nación, el mercantilismo, absolutismo y colonialismo que sirvió de caldo de cultivo al nacimiento de la tan criticada modernidad.

Estoy entre los que consideran que sólo dos revoluciones ha conocido realmente la Humanidad postpaleolítica, la agrícola y la capitalista. Cada vez más estoy por la idea de que se trata de un conjunto de cambios revolucionarios originados hace 12 mil años y que sus actuales manifestaciones (globalización, finanzas complejas, comunicación global, dominio del genoma, tránsito extraterrestre, ampliación paradigmática...) son sólo una extensión de aquellos cambios, no un segundo gran cambio luego de aquél.

La ecología humana está transformando su entorno y, probablemente, poco importa ya la dinámica natural de cambios (usando el término natural en exclusión de la intervención humana) porque el hombre asumió una superestructura creadora que habrá de amplificar las fronteras de su propio potencial natural (sin asignarle ninguna bondad o maldad a priori a este quiebre). Sólo cabe esperar la respuesta de la misma Naturaleza para semejante ambición.

Esta nueva forma de complejidad es ya parte cotidiana de nuestro devenir y somos testigos excepcionales de un conflicto que, por lo menos, está afectando ya casi todos los vericuetos de este pedrusco en el que vivimos aún confinados. Lloverá y veremos.

miércoles, 19 de enero de 2011

Reconstrucción, reconocimiento y orientaciones ideológicas posmodernas

Parte de los problemas que se plantean los jóvenes líderes políticos (y algunos no tan jóvenes que luego de cierto descreimiento se han dado a la tarea de participar) suponen ofrecer explicaciones nuevas para establecer las referencias comunitarias válidas en su espacio de acción. La política es un juego de explicaciones y liderazgo que promueve rearticulaciones del poder social sobre el individual, organizando estructuras (hechos repetidos y, finalmente, reglas, normas) para fortalecer las nuevas relaciones-poderes.

El espacio comunitario básico: la familia, la vecindad estrecha, los grupos de apoyo de alto reconocimiento mutuo; se contrasta con los líos e interacciones de espacios como la gran ciudad, el país, la comunidad de países, el Mundo...y la política de cada espacio es diferente. El espacio de gestión política básica reúne lo mejor y lo peor que los humanos hacen participando en la rearticulación del poder, con la familiaridad de los reconocimientos y la confianza de los intercambios.

Un tío mío, refiriéndose a los cambios que sufrían sus percepciones al emigrar desde Canarias a Venezuela en los años 40 del siglo pasado, destacaba el hecho de que en ese extraño país todos habían decidido llamarse ciudadanos (no importa si el origen de ese concepto estuviese en la Grecia Antigua o en la mente de un iluminado, lo importante era su frescura y potencia tansformadora) y así las diferencias económicas, culturales y sociales se matizaban de conviviencia directa gracias a esa rearticulación política. Él era extranjero (supongámoslo como una diferencia cultural y política) pero desde el principio estuvo seguro que su vida ya no sería la misma al saber que en ese país enorme, aspiraban a la ilusión de armonizar y construir una sociedad nacional de "comunitarios", de ciudadanos (y lejos de su Venezuela, en su corazón, cree que nunca fue tan ciudadano como cuando vivió allí y sufre la confusión de imaginar un país que se desciudadaniza agresivamente mientras él vive en un amplio occidente europeo del cual se siente muy extraño ciudadano). En su Puerto Cabras natal eran muchos menos y su comunidad no se integraba mucho, aunque él dice que toda la diferencia podía resumirse en los que comían potaje y los que no. En realidad las etiquetas eran otras muchas.

El político que intenta superar el espacio de relaciones de intensa cercanía y familiaridad, asume liderazgo para promover cierto tránsito entre estructuras de poder, así como cierta redistribución de los productos de la actual estructura de poder. Pero su liderazgo se construye a partir de explicaciones, del intercambio de explicaciones con los que son ciudadanos y con aquellos que, aún siéndolos formalmente, aún no se re-conocen como parte de esa comunidad, para integrarlos y que contribuyan a unificar y simplificar criterios de identificación comunitaria, que es lo más retante en el ejercicio político de una comunidad amplia, una gran ciudad o un país.

En el espectro de relaciones surgidas al amparo del desarrollo occidental reciente, este reconocimiento integrador supone reconstruir muchas explicaciones surgidas al amparo de un racionalismo avasallador y facilitar al ciudadano, o al candidato a ciudadano, el tránsito reexplicativo para su propio reconocimiento. Los "ganchos" de este esfuerzo discursivo para el líder político podrían estar a la mano o muy lejanos, dependiendo de su propia flexibilidad, profundidad y habilidad para encontrar los "caminos" y entrenarse para este esfuerzo de orientación.

La posmodernidad es especialmente retante para el político que supera la barrera de la comunidad cercana. Las nuevas generaciones no hacen del mismo modo las distinciones que les hacen pertenecer o no pertenecer a algún grupo. La izquierda y derecha pierde sentido en los hijos recientes del mundo desarrollado. Las diferencias son "diferentes", surgen por otros motivos. Identificarlos y promover nuevos lazos y relaciones de articulación pueden ser claves para contribuir a la creación de ciudadanía política con menos desconfianza y descreimiento.

Los políticos que aspiran a esta representación súper comunitaria y no logran armar un conjunto de reexplicaciones plausible para el esfuerzo de integración de sus representados, podrían incluso ser muy exitosos a pesar de ello. Se convierten en miembros de una casta global de gestores sistémicos que sólo vagamente recuerdan la diferencia entre explicar sus políticas a los ciudadanos que se ven impactados por sus decisiones y la explicación que le hacían a sus amigos del colegio sobre cualquier aspecto ¿trivial? de sus vidas en construcción.

Y en estos tiempos de rápidas transiciones, la diferencia con el político que sepa hacer los "caminos" puede ser poco evidente, puede quedar sólo como un reconocimiento en el "alma" del nuevo pueblo elaborado, de las miles de lianas enmarañadas con diferentes composiciones y orígenes para acercanos un día a la comunidad de la Tierra sin dejar de ser primates territoriales, juguetones y, muchas veces, un poco violentos.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Los mil apellidos del capitalismo

Capitalismo industrial, capitalismo salvaje, capitalismo solidario, capitalismo tecnológico, capitalismo financiero, capitalismo liberal, capitalismo de mercado, capitalismo de estado, capitalismo con rostro humano, capitalismo monopolista, oligopolista o cartelizado, capitalismo neoliberal, capitalismo, capitalismo, capitalismo...

Los mil apellidos del capitalismo nos acercan la idea de su marcado carácter polifacético y actual. Uno de los que más escribió sobre capitalismo fue Marx y su influencia preñó las referencias de muchas escuelas de economía política durante años. Sin embargo, desde hace muchos años, la economía política que orienta la investigación científica en casi todo el mundo es marcadamente no marxista. Eso no evita que siga habiendo economistas y no economistas a los que les gustaría otra forma de capitalismo. Tal vez es inevitable.

El capitalismo es una forma de organización nacional e internacional de las sociedades que tiene como epicentro la propiedad privada (se podría decir también que la protección que de ella hacen las instituciones del Estado nacional y las instituciones supranacionales que los agrupan; el mismo concepto de propiedad no es más que una convención social y el máximo nivel de convencionalismo social institucionalizado es el Estado). También se basa en la libre asignación de recursos e intercambio de mercancías.

A mi me gusta definirlo como el sistema socio-político-económico, cultural y jurídico institucional que genera cierta forma de asignación de recursos y producción de bienes y servicios y que, a través de la innovación, acumula capacidades para producir cada vez más y mejores soluciones a las necesidades de la gente.

Este acumular de bienes y servicios que tienen la capacidad especial de producir otros bienes y servicios le da la personalidad al capital...es el capital. No es el dinero, no es el oro ni el plutonio. Es simplemente aquel bien que sirve para producir otros bienes y su mecanismo intrínseco de acumulación es la innovación aplicada.

Algunas familias de apellidos se vinculan con el nivel de libertad de esas asignaciones e intercambios. Las restricciones tienen diversa justificación y no resulta raro observar como se enmaraña el sistema de incentivos y regulaciones para promover determinado “comportamiento” en los agentes sociales en función de determinados objetivos, no siempre considerando la libre asignación e intercambio como parte de los medios vinculados teóricamente con estas finalidades (casi siempre poco sustentadas en análisis científicos).

El capitalismo no está en peligro, por mucho que se empeñen en golpearlo los promotores del hombre nuevo. Tampoco su salud garantiza mucho para la paz y el progreso mundial. La estructuras políticas que condicionan su existencia mucho pueden aún hacer para mejorar o empeorar la vida de todos los seres que compartimos el planeta.

El capitalismo sólo acumula prácticas sociales que están en proceso de consolidación desde los tiempos (remotos o recientísimos, depende de la perspectiva para la observación) en los que se generaron las dos únicas revoluciones que ha conocido la humanidad después de la última glaciación, la Neolítica y la Capitalista.

Los apellidos de esta última revolución (la capitalista) sólo nos dicen que está viva, que los acontecimientos están en desarrollo. De el capitalismo no depende la destrucción ni la salvación del hombre, aunque su aporte a la construcción de riqueza no tenga parangón con periódo alguno de la prehistoria e historia humana. Como todo sistema de convencionalismos más o menos consolidados, sólo refleja nuestra evolución social, que puede ser entendida como una forma extendida de práctica biológica, es decir, de sobrevivencia como especie.

Si el capitalismo es o no sustentable o sus excesos nos lo presentan como consumista y depredador (apellidos, apellidos...) la naturaleza aún tiene potencia para hacer su trabajo y ponernos en nuestro lugar.

Si el hombre supera la limitación de su habitáculo espacio temporal (por ejemplo, habitando otros planetas) tal vez algunos piensen que se resolvió el problema.

El hombre no tiene destino. No resuelve problemas ontológicos. El hombre vive y hace con su vida parte del sistema que evoluciona, comparte, presiona y resulta. La pretensión de construir diseños políticos y morales específicos, no es más que una parte del complejo entramado cultural que condiciona nuestra relación entre nosotros mismos y con nuestro entorno.

El capitalismo consumista podría ser sólo una pequeñísima fase de un complejo ensayo y error en el que se arriesga continuamente el equilibrio ambiental, pero es que todo el ser humano tiene un diseño cuestionable desde el punto de vista evolutivo y siete millones de años de crecimiento contrastado nos ubican como una especie animal dominante, pero no garantizan nada con respecto a nuestra sobrevivencia.

Capitalismo aniquilador o capitalismo salvador. Si somos lo que somos y procuramos comprendernos antes de cambiarnos, capitalismo no es más que una parte del complejo entramado de herramientas sociales que ha permitido construir la mayor cantidad de superestructuras materiales, institucionales y espirituales desde que los hominidos están de fiesta.

jueves, 8 de enero de 2009

¿Refundar el capitalismo?

Algunos líderes mundiales, inclusive de orientación liberal, salen al paso de las críticas seudosocialistas a la actual crisis financiera, trasegada de manejos fraudulentos en el mercado de capitales y bujía de una gran recesión global. Salen al paso, supongo, pretendiendo defender a un capitalismo, que tal vez entienden maltrecho tras dos siglos y medio de existencia social.

Es sano reconocer la vigencia de cualquier discusión sobre los grandes sistemas sociales y económicos contemporáneos, así como sobre cualquiera que nos ofrezca la historia. El ser humano saca provecho del intercambio de ideas y especializa sus herramientas de interacción con el ambiente. Sin embargo, que haya líderes de talla mundial planteándose si vale la pena o no "modificar" el capitalismo, no deja de causar una poco de vergüenza ajena.

El capitalismo es un sistema superestructurado, que alberga en su seno, con mayor o menor tolerancia antes de una indigestión, múltiples iniciativas sistémicas, la mayor parte de ellas originadas a través de la aplicación, más o menos sostenidas, de políticas públicas de carácter nacional.

El capitalismo no se modifica porque lo acuerde mañana la Asamblea General de Naciones Unidas, lo ratifiquen todos los bancos centrales del planeta, todos los organismos multilaterales y lo ratifiquen todos los parlamentos y dictadorzuelos de la Tierra. Para suerte o desgracia de los seres humanos, el capitalismo es una producción cultural humana dispuesta tras múltiples acumulaciones históricas que no son de fácil reversión.

Es dable pensar en la evolución del capitalismo, incluso en su superación, como es dable pensar en la conquista del espacio, o en la aparición de organismos artificiales similares a nosotros inventados por nosotros, o en el colapso de la biosfera por recalentamiento global.

No se trata tampoco de autocalificarnos como impotentes para cambiar el capitalismo. Insisto, se trata de un suprasistema, por lo tanto las posibilidades que ofrece para actuar en función de múltiples diseños y objetivos son bastante grandes (no tanto como algunos pretenden, ni tan pequeñas como quisieran otros). Lo cierto es que ahí están sus reglas fundamentales, si las comprendemos y utilizamos, si establecemos sinergia con los parámetros morales y culturales que coinciden con su nacimiento y desarrollo (no en balde, allá donde estos patrones morales y culturales no existen o están muy fragmentados o limitados por otros, normalmente estamos en presencia de sociedades que se desenvuelven en sistemas anteriores al capitalismo, algunas en diversas formas de mercantilismo asociadas a un capitalismo raquítico, otras más vinculadas a sistemas aún anteriores, como feudalismo) habremos de avanzar en lo que el capitalismo facilita avances: creación de bienes y servicios para satisfacer necesidades de la gente.

Otro asunto es la sustentabilidad global, la protección de nuestra roca, la creación de un sistema de justicia que contradiga reglas sistémicas del funcionamiento biólogico o del social. Está muy bien, pero no es tan sencillo encontrar las respuestas en el capitalismo. Del capitalismo surgen ideologías, fortalece otras, contrasta a muchas, pero no es una tabla de mandamientos su aporte. Está ahí y ya. Si los humanos queremos actuar con responsabilidad intergeneracional, si queremos construir integración y sobrevivencia social sobre bases más o menos ciertas, usemos la inteligencia y enfoquémonos en lo que debe ser mejorado de cada sistema, sin reinventar la rueda ni confundir el alumbrado público con el resplandor lunar.

martes, 30 de diciembre de 2008

Capital, expectativas e inflación de valor (o por qué las políticas intervencionistas pueden hacer más agresiva la próxima crisis)

La crisis financiera provocada por las hipotecas "subprime" sugiere a algunos economistas que cambiarán cosas importantes en la arquitectura financiera global. No sé si será para tanto, pero si me atrevo a aventurar que habrá cosas que no cambiarán y que nos someterán a riesgos parecidos en el futuro, trasladando más el espacio de la discusión a los mecanismos de gestión pública de estas crisis que a los de su previsión ¿por qué?

Se trata del mercado en acción. Su principal acción es el intercambio. Su principal conocimiento, la valoración de bienes. Como sugerencia, una explicación en tres niveles: el del simple intercambio de bienes de consumo final; el del intercambio de bienes de capital y, por último, el del intercambio de titulos sobre producciones aún no existentes. Así es más fácil comprender por qué la repercusión tremenda de una crisis financiera y, lo que resulta más importante, la dificultad de los estados nacionales (incluso del estado global deseable si existiese) para anticipar estas crisis hasta el punto de evitar que se produzcan. Pretender esto sólo refleja desconocimiento sistémico y, seguramente, traiga más perjuicio que beneficio a los humanos en la Tierra.

La historia del capitalismo, la historia económica de la humanidad desde su desarrollo post neolítico, reconoce el problema de la valoración para los bienes y emprendimientos como uno de los aspectos más complejos de su desenvolvimiento, no sólo desde el punto de vista de los modelos económicos, también desde el punto de visto sociológico, antropológico y cultural.

Valorar bienes y servicios de consumo constituye una de las especializaciones prácticas que se enraiza en los modelos educativos informales (por ejemplo, familiares) y también formales, en todas las sociedades del planeta. El aprendizaje del intercambio está estructurado aún más allá de su versión histórica. El origen del intercambio y su impacto sobre la psiquis humana está ya presente en las actividades de caza y recolección del humano y de otros homínidos en el paleolítico y, posiblemente, en etapas aún anteriores. La especialización del trabajo en la tribu, el consumo socializado de sus productos, la presencia de herramientas, son aspectos determinantes para que surjan mecanismos de valoración que construyen reglas para el intercambio. Hoy en día, no accedemos a un rol social activo (típico de la adultez) sin superar ciertas pruebas para confirmar nuestra capacidad de interacción en el mercado.

Sin embargo, diferente resulta valorar bienes con capacidad de producir bienes y, aún más complejo, valorar emprendimientos generales. Se trata de un conocimiento que requiere la capacidad previa de comprensión e interacción del mercado, pero que se mezcla y acumula con otras técnicas que son mucho más recientes y no tienen tanta experiencia humana acumulada.

El concepto mismo de capital establece una doble valoración: la del costo o valoración histórica (regularmente decreciente) de emprendimientos innovadores acumulados, que pueden encontrar en el mercado una determinada apreciación sobre las características de los bienes y servicios que serán producidos a partir de dicha capacidad históricamente acumulada, contribuyendo a la constitución del segundo componente, el valor de mercado o precio.

Este valor intrínseco de ciertas mercancías que tienen la capacidad especial de producir otras mercancías establece la guía de valoración patrimonial básica. Habrá más capital en aquellas unidades económicas (o cualquiera de sus agrupaciones sociales, comunidad, ciudad, país) que dispongan bienes que acumulan determinada capacidad de producir bienes y dicha capacidad encuentra una valoración en el mercado. No depende nada más del costo en el que incurrí (como unidad o como sociedad) para incorporar a mi actual disponibilidad este tipo de bien, con sus supuestas capacidades. Depende también de la valoración que hace el mercado de dicha capacidad.

Ciertamente, esta valoración podría cambiar, de hecho cambia a cada instante, dependiendo de los típicos factores de mercado: la incorporación de ofertas similares (a mayor oferta, ceteris paribus, menor precio); o la incorporación de ofertas innovadoras competitivas (no sólo es mayor oferta, añade valor no disponible en el stock existente) y por los cambios en la demanda (con las múltiples razones que provocan elecciones de compra en los consumidores de bienes de capital). Sin embargo, estos cambios no siempre se producen tan rápidamente como para que las innovaciones no puedan ser aprovechadas y amortizadas por sus productores. En última instancia, la celeridad del mercado para acomodar o desacomodar ciertos "aprovechamientos productivos de las innovaciones" suele determinar el ritmo de progreso tecnológico y de construcción de capacidades competitivas en unidades y sociedades. Las instituciones (regulaciones) sobre esta capacidad de aprovechar (explotar) las innovaciones suele ser trascendente para evaluar la dinámica del progreso capitalista.

La valoración actualizada de los activos financieros, "mark to market accounting", somete el control administrativo y contable a las variaciones de las expectativas de la gente, auténtico "gobernante invisible" de los mercados. También tiene como efecto práctico una integración parcial difícil de gestionar, tanto en el ámbito de las empresas como en el de los gobiernos, entre la economía financiera y la economía "real".

Pero volvamos al asunto de la valoración. Un bien de capital está diseñado para producir otros bienes o servicios. Entonces su valoración de mercado debe guardar relación con el valor anticipado (descontado) de esos bienes producidos, una vez librados del aporte de otros elementos de costo (por ejemplo, insumos y labor).

Insistiendo en el origen histórico de este conocimiento, debe tener gran arraigo, porque nuestros ancestros homínidos más remotos ya habían liberado las extremidades superiores (gracias a la posición erecta) y cerebro y mano evolucionaron para producir herramientas. Es raro imaginar que la disponibilidad de estas herramientas no generara alguna forma de conocimiento para valorarlas entre sus usuarios y fabricantes. Una de las características más tempranas del creciente cerebro homínido seguramente estuvo vinculada con su capacidad para anticipar de manera más compleja el futuro y tomar decisiones individuales y sociales "planificadas".

La cosa se hace aún más compleja para la valoración de emprendimientos capitalistas, esto es, de esfuerzos humanos dirigidos a la inversión necesaria para generar cierta acumulación organizada de capacidades -capital- para producir determinados bienes y servicios que, se espera, encuentren valoración de mercado hasta el punto de generar flujos que permitan la amortización de esta inversión y generen además excedentes económicos que extiendan lo más posible la reproducción del proceso.

Los emprendimientos no siempre tienen tasas de aprovechamientos tan estables y específicas como los bienes de capital que incorporan. Ciertamente, si un emprendedor invierte en adquirir una máquina exprimidora de jugos mecánica y una bicicleta con cajón para la exprimidora, actuando él mismo como operador y administrador de su negocio ambulante de jugos de naranjas, suponiendo que su ubicación le resulte fácil y acceda rápidamente a cierta demanda que justifica su esfuerzo, la valoración de su negocio guarda, al menos inicialmente, una relación estrecha con la capacidad instalada del negocio, establecida a través de un mix entre el jugo que puede extraer su máquina exprimidora y su propia capacidad para operar el negocio. Sin embargo, pronto descubrirá que tal vez el margen de sus ingresos sobre costos le permita reinvertir en incrementos de su capacidad instalada y con ello cambiar drásticamente su ingreso potencial. El límite a este crecimiento vendrá dado, en condiciones normales, por las condiciones de oferta competitiva y por la misma demanda. Pero ¿cómo valorar inicialmente todo este esfuerzo, como para asignar recursos hoy a lo que, tal vez, sean ingresos dentro de 3 ó 5 años?

Por mucho que se deasarrollen metodologías para evaluar los mercados y anticipar flujos descontados para tales emprendimientos, la realidad construye múltiples modelos, no siempre de carácter completamente científico, con los que los agentes del sistema económico establecen dichas valoraciones.

Que estas valoraciones estén 100% ajustadas a la efectiva realización de las expectativas con respecto a cada emprendimiento, depende de múltiples factores que no siempre guardan relación alguna con las guías orientadoras de los proyectos que sirvieron de base a la asignación inicial de recursos para cada emprendimiento. Ello genera procesos sistemáticos de inflación y deflación para el valor de los emprendimientos, es decir, el mercado podría estar sobrevaluando o subvaluando las reales capacidades de los emprendimientos.

Se trata de una característica del sistema que no puede ser resuelta por ninguna regulación. Si el regulador, incorpora mecanismos que limiten las asignaciones a determinados proyectos, sólo estaría anticipando sus propias valoraciones de riesgo y estableciendo un lineamiento discrecional sobre la valoración social del riesgo. No es que no sea necesaria la regulación, pero debe ser inteligente para descubrir los resquicios que agregan valor social general, de las iniciativas que sólo representarán un incremento del costo social general para mantener la "ultra necesaria" actividad de "valorar" emprendimientos.

Si además entendemos que los bancos juegan un rol fundamental en dicha asignación social de recursos (capturando ahorro del público para financiar estos emprendimientos) se comprenderá el enorme valor social (público) de la función bancaria y, con ello, el reto de regulación y control para esta función. Si al quebrar una institución financiera, se arriesgan múltiples iniciativas de ahorro privado y también múltiples iniciativas de nuevo emprendimiento (por la restricción al crédito que suele traer la desconfianza de una crisis financiera) el Estado se ve obligado a valorar socialmente la asignación de recursos públicos para sostener la actividad intermediadora financiera.

Esta discusión no puede ser abordada de otro modo por cualquier liberal, que no sea a través de la creación de condiciones para que las quiebras se produzcan de manera transparente (y, sin duda, para que se produzcan) de tal modo que el sistema reconozca cuanto antes que la estructura general de incentivos para el ahorro y el financiamiento del emprendimiento no ha sido gravemente trastocada, no al menos más allá de los riesgos asumidos por los emprendedores financieros quebrados y los ahorristas involucrados. Sólo así, el mercado sostendrá el dífícil equilibrio cultural y político de procesar y procesar cotidianamente la valoración social del capital y del emprendimiento.

Períodos de inflación o deflación para estas valoraciones dependerá de tantos aspectos como sea dado reconocer a los economistas que se dediquen a establecer parametrizaciones históricas hasta llegar a esa quimera llamada "valor real". De resto, el emprendimiento, como cualquier sueño humano, puede recibir tanto crédito como quieran asignarle otros humanos, casi todos con sus pies, su cabeza y su alma en cierto nivel de ensoñación.